Anarquismo Visceral como Reformulación de la Autopercepción de lo Saludable: un caso de estudio dinámico y autoetnográfico
Mini-etnografía en
concordancia con las exigencias del curso de Antropología Médica 2020, de la
escuela de Antropología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, dictado
por Diana Espirito Santo
Anarquismo Visceral
como Reformulación de la Autopercepción de lo Saludable: un caso de estudio
dinámico y autoetnográfico
Oscar Eduardo Gamboa
DIFERENCIAR LO MENTAL
ES DEMASIADO LIMITANTE
Conceptualización
introductoria y propuesta teórica
Hablar de salud mental
es un peligro. Se acierta si se entiende una mente como siendo extendida, como
la muestra Clark
En las páginas siguientes expongo cómo el mundo vivido y
las prácticas que enactuamos movilizan los ciclos de bienestar y decaimiento en
S.C. y yo, dos personas con diferente historial diagnóstico, que resultaron
convivir en una inesperada situación de caos social. Expongo y propongo, a
través del relato de nuestras vidas, cómo una insurrección social espontánea,
visceral y descentralizada, intrínsecamente anárquica, fue capaz de desplazar
nuestro malestar corpóreo y psíquico, precisamente gracias a la suspensión del
modelo estandarizado de exigencias metropolitanas. El mundo resultó volverse
tal y como lo necesitábamos, durante una breve primavera insurreccional, y,
gracias a ese cambio radical en el ambiente y nuestra enacción, se nos apareció
como evidente que la enfermedad no estaba en nuestra mente ni en nuestra
subjetividad, estaba en nuestra subjetivación; estaba en la relación entre
obligantes, obligaciones, deseos, y marcos de acción y pensamiento; nuestro
malestar emergía constantemente, no estaba sentado en nosotrxs de una vez y
para siempre, era fluido en el más real de los sentidos, y se renovaba todo el
tiempo, mientras llevábamos a cabo nuestras vidas subyugadas. La metrópolis
neoliberal, propongo, crea constantemente malestar, y luego sistematiza un
canon de visión que agrupa baterías de síntomas correlacionados tanto con
secreciones hormonales como con actitudes y prácticas, cuajándolos—a los
cánones de visión—en su denominación diagnóstica. La ciudad, entonces, produce
enfermedad y encasilla a lxs enfermxs como objeto residual de su propio
crecimiento, haciendo necesaria la medicalización y la sistematización de la
salud[2]
como solución de contención, eterna contención que viene a inyectar vitalidad
en un modelo intrínsecamente inestable.
NUESTRA VIDA EN EL CAOS
Nueva cotidianidad
En verano de este año (2020), S.C. y yo
teníamos cierta cotidianidad emplazada en el corazón de la insurrección del año
anterior, la primavera chilena de 2019. En general, S.C. viajaba lo más tarde
posible desde Puente Alto al centro de Santiago, donde yo vivía, a pasar la
noche juntxs (ver figura 1). Después de comer, conversar y regalonear unas
horas, salíamos un rato a recorrer la ciudad con la excusa de ir a comprar algo
dulce. Dábamos vueltas largas por el centro sacándole fotos a los rayados y
escribiendo algunos propios. Al otro día, después de almorzar bien tarde,
íbamos a caminar de nuevo y mirar el fuego que se comía la ciudad—en las calles
del centro histórico no pasaban más de dos cuadras sin barricadas—pero,
mientras disfrutábamos del paisaje, nuestros pies nos llevaban sin darnos
cuenta directo a Plaza Italia. Siempre decíamos que íbamos solo a mirar un
rato, pero estando ahí la vorágine nos atrapaba y con el estómago apretado nos
amarrábamos la polera en la cabeza y nos metíamos directo contra los carros
lanza agua, en Ramón Corvalán con la Alameda (ver figura 2): estar ahí nos
movía hacia adelante, y pelear contra la policía se convirtió rápidamente en
nuestra cotidianidad. Nuestros cuerpos eran el gatillo, la bocina y el
botiquín, y entre lxs dos, y en un mar de armas humanas, usábamos nuestros
cuerpos contra los gases del Estado.
Figura 1
Referencia del viaje en metro desde el hogar de S.C. hasta el mío. Las rutas
variaban según disponibilidad de los servicios.
Figura 2
Trayecto desde mi habitación hacia las tres principales zonas de batalla en
Santiago Centro: Monumento a Carabineros, Ramón Corvalán Melgarejo y el centro
de torturas metro estación Baquedano
S.C. y yo nunca pretendimos usar nuestra vida
como símbolo. Nuestra lucha no pretende inspirar a las masas, y nuestras
acciones no están determinadas por una racionalización afectivo-política.
Nuestra vida no es el arma; nuestro cuerpo es el arma. Nuestros afectos, lejos
de inscribirse en una corriente y seguir esa causa hasta vencer o morir,
emergen de nuestro propio involucramiento con el mundo; nuestra
convicción no es tal, sino que es más bien una constante reformulación que
concluye visceralmente en concordancia con cierta idea política; esta
concordancia resulta ser todo el tiempo así, no está planeada,
ni sujeto a pilares ideológicos racionalmente estructurados: en batalla, resultamos
ser anarquistas insurrectxs, porque sentimos y pensamos desde la
violencia contestataria—en contraposición a la violencia opresiva—pero este
resultado es absolutamente espontáneo y efímero. S.C. y yo necesitamos estar en
presencia de la violencia policial para olvidar que nuestros cuerpos son de
carne, y convertirnos en armamento; si no estamos frente a la violencia del
Estado, pero caminamos en paz disfrutando del fuego no contestado que otrxs
hacen, entonces todo lo insurrecto se difumina, y nos volvemos un par de
primitivistas que disfrutan del caos de la ciudad. Esta es la diferencia
radical, nuestra vida no se transforma en el núcleo de una lucha trascendental
que represente una verdad incuestionable que está siendo aterrorizada y debe
ser defendida; nuestra vida no pretende ser un gran acto político: solo nos
instrumentalizamos cuando nos dan ganas de involucrarnos un poco más.
Durante
la explosión de manifestaciones que tuvo lugar desde el 18 de octubre de 2019 y
hasta, quizá, la conmemoración del Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo
de 2020, la metrópolis se mostró irreconocible. El fuego insurrecto acompañaba
las calles liberadas de vehículos, el trabajo asalariado redujo sus horarios de
opresión sistematizada, la gente encontró alternativas territoriales de apoyo mutuo
ante la imposibilidad de realizar viajes que cruzasen la ciudad, y las clases
trabajadoras oficialmente desplazadas hacia periferias—que dejan de serlo por
la construcción de centros neurálgicos y nuevas periferias más alejadas que las
primeras—recibieron el regalo más grande que he visto y recibido: se hizo
posible el saqueo masivo, abriendo las posibilidades económicas, por medio de
la reventa en ferias libres; las posibilidades de sustento, por medio del
saqueo con fines familiares; y las posibilidades de ahorro o consumo, vía
compra tras rebaja radical de los precios de artículos de alta calidad. Pero
nada de esto tiene un valor liberador que inyecte felicidad directamente en las
personas, ninguna razón económica libera de la estructura de un modelo
neoliberal que cuaja a las personas en individuos y dirige los caminos.
Propongo que el verdadero agente liberador fue aquel que nos alejó—al pueblo
económicamente pobre, corpóreamente ágil, laboralmente frustrado, y
políticamente desalineado—de los dos núcleos alienantes de la vida de urbe
neoliberal: el trabajo asalariado y el control de los impulsos.
NUESTRA SUBJETIVIDAD
¿Quién paga nuestras vidas de enfermxs?
S.C. ha convivido con
no comer durante toda su vida. Hace unos años se radicalizó y llegó a un bajo
histórico cuando su pequeña hija tenía un par de años de vida. En ese año
crítico, S.C. cedió una custodia que había mantenido solo unos meses, y se
permitió entrar en un cuadro depresivo agravado con tendencias suicidas—que
ella misma reconoce como tácticos, en el sentido descrito por Littlewood
La fluidez de la
enfermedad
S.C. desde hace muchos
años, tiene algún nombre. Personalidad limítrofe es su diagnóstico psiquiátrico
clave—la depresión y la anorexia vinieron y se fueron, pero ser borderline
se ha ido cuajando en su subjetividad. Yo, sin embargo, jamás he sido
propiamente diagnosticado. En instancias particulares se me ha asociado con el
déficit atencional, la psicosis, los trastornos del sueño, y definitivamente la
depresión clínica, pero siempre, infinidad de neurólogxs y psiquiatras se han
refrenado de ponerme un nombre. De entre mis cercanxs aparecen varios
diagnósticos ordinarios que se han repetido: autista, esquizofrénico,
psicótico, sociópata, pero ninguno alcanza a agrupar mi batería dinámica de
síntomas y de expresiones de angustia. Lxs médicos han alcanzado a verlo así,
mi subjetividad se resiste a ser susceptible de recibir un nombre definitivo, y
esto tiene el doble efecto de motivar mi propia investigación versus quedar
destruido en el ego dislocado que me impide el movimiento, en el sentido en el
que Rebecca Seligman describe la influencia del sufrimiento en la subjetividad
Mi posición de poder, entonces, como persona que asiste a
pedir ayuda circunstancial, entendiendo al médico como un par, en lugar de entenderlo
como figura de autoridad, permite que la barrera sociológica de estigmatización
por encasillamiento pierda su agencia modeladora, y abre la puerta a que para
mí en particular la medicalización sí pueda hacer, a veces, bien
Nosotrxs y el caos
El espacio seguro que
encontramos la una con el otro se expandió de repente. Una noche, Santiago
entero se sacudió y las pequeñas historias individuales como la de S.C. y como
la mía se rebalsaron de los cuerpos en un exabrupto general que se dirigió
hacia todos los afueras, y contra todxs lxs enemigxs puntuales que cada persona
alcanzaba a identificar. Nuestra racionalidad artificialmente instalada en base
a presurización citadina, en base a un control de los impulsos que no hemos
aprehendido, sino que solo hemos aprendido a respetar so pena de castigo, fue
estrepitosamente dejada de lado y repartida por los suelos de las calles, y dimos
paso a una insurrección que no apuntaba a ninguna parte; nos abrimos y nos
reconocimos sin palabras como primates liberados, eufóricxs ladrones burlescxs
extasiadxs con lo maravilloso que era estar haciendo lo que no nos habíamos
permitido saber que queríamos hacer.
El caos explotó en Santiago y la felicidad profunda nos
llenó los cuerpos a S.C. y a mí, y a tantxs otrxs. De repente nadie le debía
nada, sino que volvían a ser manada; de repente nadie la obligaba a nada, sino
que la ciudad la invitaba a transitarla. La ciudad dejó de estar dividida por
arterias de fierros con motores viajando a peligrosas velocidades a destinos
inciertos y con motivos ocultos, misteriosos y probablemente siniestros; la
gente dejó de ser injusta y malintencionada, y todxs se le presentaron a S.C.
como simios felices con quienes podía compartir la ciudad. El miedo y la rabia
se esfumaron de la cotidianidad reflexiva y encontraron un patrón externo al
cual recaer: resultó que toda la vida, todxs habíamos estado siendo tácitamente
opromidxs, resultó que nadie quería su vida, resultó ser que nuestra rabia
contra elx otrx solo tenía la cara delx otrx porque la misma rabia, la misma
pena, el mismo dolor eran lo que nos volvía miopes. El enemigo nunca fue elx
otrx en particular que resultó hacernos daño, sino que siempre estuvimos todxs
en el mismo encierro afectivo y emocional que nos forzaba a cuajar como
personas, como subjetividades complejas y fijas que ocupan cuerpos con fines
claros y deseos distinguibles. Nada de eso es cierto, y la insurrección
anárquica, llena de saqueos, llena de ferias libres, llena de alternativas al
trabajo asalariado; la insurrección espontánea y visceral que nos abrió las
calles mientras nos abría las vidas, nos trajo la evidencia sensorial de que en
realidad con nosotrxs mismxs no había nada de mal, que en realidad hacia
nosotrxs mismxs no teníamos que volver a enfocar la rabia: odio como soy no en
base a lo que soy, sino que soy un sujeto moldeado para una cosa, al que
después se le exige otra sin avisar; ella es una sujeta abusada y abandonada
por un modelo de crianza y monogamia atrofiados, a quien le exigen el olvido y
la reciprocidad. El mundo nos parecía todo lo que podía existir, pero esa
pequeña primavera nos mostró que hay mucho más.
EPÍLOGO Y ALGUNAS
CONCLUSIONES
La relación del ser
físico, psíquico en el ambiente social y político, en términos de salud, al
estilo de Fassin, aquella que toma forma en sus caracteres sociológicos e
institucionales, y por fuerza guía las manifestaciones a la vez que es
retroalimentada, impregna la vida de la persona que resulta vivirla
S.C. y yo ya no estamos ansiosxs y codependientemente
atentxs y pendientes a que elx otrx no se vaya y nos deje un vacío injusto;
pudimos ver lo hermoso de la animalidad, y más rato, cuando nos vayamos a
dormir, sabremos que nuestros dolores no deben ser defendidos como si las
hienas nos lo fueran a carroñar, sino que pueden ser adormecidos con abrazos y
caminatas, y entendidos con gestos pacientes y palabras precisas.
Nombre: Oscar
Eduardo Gamboa |
Datos
introductorios; campo, principal perspectiva teórica y conceptual 20% |
Contenidos
etnográficos y descriptivos 30% |
Contenidos de
análisis conceptual (y si corresponde comparativo) 20% |
Interpretaciones
y conclusiones 20% |
Bibliografía 5% |
EXTRAS: Posición de investigador Historicidad del objeto Avenidas para
futuras investigaciones 5% |
NOTA FINAL |
|
19% |
29% |
20% |
20% |
5% |
3% |
96% = 6,7 |
EVALUACIÓN Y COMENTARIOS
ASPECTOS POSITIVOS
Pero a la vez te pongo dos criticas:
La primera es tu
falta de claridad, por veces. Escribes muy bien, pero a veces se te trasborda
la escrita creativa y te vuelves un poco difícil de leer/entender. Hay que
siempre mantenerte lo más claro que puedas. No puede haber espacio para
ambigüedades.
La segunda es que me
parece que a veces haces constataciones un poco generalizadoras – que por más
que sean verdad, no sé hasta qué punto son válidas y relevantes para un ensayo
con un propósito en mente, que, en tu caso, es hacer un argumento relevante en
antropología médica. Por ejemplo, hablas de “metrópolis neoliberal”. Pero no
está claro este término, primero porque no explicas su contexto/historia
(neoliberalismo, desarrollo de la medicina psiquiátrica), y segundo, porque no
explicas qué tiene de “neoliberal” la metrópolis en tu caso en particular. El caso de C.S. es más claro – por las
presiones de reciprocidad, obligación, etc., pero aun así no es convincente al
todo. Porque en el caso de C.S. estamos hablando de relaciones familiares y
parentesco. En tu caso no está para nada claro que tiene que ver con
neoliberalismo y sus presiones en la juventud. Estoy de acuerdo que la
enfermedad es un proceso fluido. Está muy bien que hayas decidido enseñar las
trayectorias que ustedes hicieron en la ciudad para reganar su sentido de sí
mismo - movimiento. De hecho, es un tropo que pudieras haber explorado a más
profundidad, haciendo por ejemplo un análisis comparativo - ver “The City is my mother”, de Anne Lovell.
Pero lo que estoy diciendo es que hay un conjunto de frases que son
problemáticas, y merecedoras de desconstrucción, si es que quieres ir por esa
avenida.
Ej.
La metrópolis neoliberal, propongo, crea
constantemente malestar, y luego sistematiza un canon de visión que agrupa
baterías de síntomas correlacionados tanto con secreciones hormonales como con
actitudes y prácticas, cuajándolos—a los cánones de visión—en su denominación
diagnóstica.
Propongo que el verdadero agente liberador fue aquel
que nos alejó—al pueblo económicamente pobre, corpóreamente ágil, laboralmente
frustrado, y políticamente desalineado—de los dos núcleos alienantes de la vida
de urbe neoliberal: el trabajo asalariado y el control de los impulsos.
Bibliografía
Clark, A. (1998). Being
there: Putting brain, body, and world together again. MIT Press.
Fassin, D. (2004).
Entre las Políticas de lo Viviente y las Políticas de la Vida: Hacia una
Antropología de la Salud. Revista Colombiana de Antropología, 283-318.
Lee, S. (1999). Diagnosis
Postponed. En Culture, Medicine and Psychiatry 23 (págs. 349–380). Holanda: Kluwer
Academic Publishers.
Littlewood, R. (2002). Pathologies
of the West: An Anthropology of Mental Illnes in Europe and America.
Ithaca, NY: Cornell University Press.
Seligman, R. (2010). The
Unmaking and Making of Self: Embodied Suffering and Mind–Body Healing in
Brazilian Candomblé. ETHOS. Journal of the Society for Psychological
Anthropology, 38(3), 297–320.
Tousignat, M., &
Maldonado, M. (1989). Sadness, Depression and Social Reciprocity in Highland
Ecuador. Laboratoire de recherche en écologie humaine et sociale, Université du
Québec à Montréal,, 899-904.
Varela, F. J., Thompson, E.,
& Rosch, E. (1991). The Embodied Mind: Cognitive Science and Human
Experience. Cambridge, Massachusetts: The MIT Press.
[1] Traduzco embodied como corporizada, y no como incorporada,
porque en español esta última remite solamente a algo agregado a un conjunto—la
raíz latina corps (cuerpo) se ha perdido en el uso cotidiano.
[2] Si bien en
esta propuesta etnográfica me centro en la producción de medicalización, mi
crítica al modelo de vida de aglomeración metropolitana se extiende también a
la mantención de la cárcel, la exclusión barrial, la educación
institucionalizada, las normas de etiqueta, la violencia policíaca, la crianza parental—en
oposición a la crianza comunitaria—la vida en cubículos, y el trabajo
asalariado. Algunos de estos tópicos tocarán este relato; otros tendrán que
esperar a otra oportunidad.
[3] S.C.
comenta sobre sus intentos de suicidio que estos son una forma de “apretar el
botón de reinicio”. Es decir, en el intento de suicidio no busca su propia
muerte, sino que ser exculpada, y retomar su vida desde un punto seguro, sin
las presiones de ser y actuar como no quería ni podía.