Paralelos a la Visión Difusa del Lenguaje en Wittgenstein desde una Perspectiva de la Antropología Psicológica


Nuestro propio entendimiento del lenguaje es notado por nuestros pares hablantes porque nuestro uso de la palabra coincide con el de ellos mismos. En la práctica, resultamos utilizar las palabras de maneras tan similares unos con otros que parecen poder extraerse reglas de uso que delimiten el metalenguaje prescriptivamente, pero tal suposición es dañina y restringe nuestra comprensión de los fenómenos lingüísticos. Como comenta Wittgenstein en el parágrafo 85, “una regla está ahí como un indicador de caminos” (1988, pág. 105), esto es, una regla que se extrae desde el modo de uso de una palabra, es decir, el cómo es correcto usar la palabra, está supeditada a un lugar y tiempo determinados en el que se utiliza dicha expresión lingüística más o menos de determinada forma. Para Christina Toren, siguiendo a Lev Vygotsky, los significados del niño y del adulto en general se encuentran en un objeto, y esto basta para asegurar la comprensión. De esto se deduce que, por el hecho de que cada niño no internaliza, sino que crea, reformula o de él emerge este nuevo significado o forma de usar las palabras, en el proceso de hacer sentido en el cual se constituye el significado, la estructura idiomática, el mismo lenguaje, resulta mutar a la hora de ser mantenido (Toren, 1999). En otras palabras, en el proceso de volvernos expertos hablantes de una lengua fuimos escuchando a personas hablar las palabras y vimos a esas mismas personas actuar en el mundo, y desde esto asociamos significados a esas palabras que hacen cosas—el mundo nos hizo sentido porque crecimos en un ambiente de expertos hablantes que nos inundó con palabras y con actos, a través de los cuales de a poco empezamos nosotros mismos a poder actuar y comunicar. Parece, entonces hasta ahora, predominar una cierta internalización de los conceptos, o de las formas de usar las palabras, pero ante esto cabe una pausa aclaratoria. Las personas se desarrollan inmersas en mundos y ecosistemas fácticos, y son sus micro-historias personales, a su vez ligadas a estos contextos históricos y ecológicos, las que van determinando sus capacidades de entendimiento y aplicación. Con esto me refiero a que la individualidad de la persona—individualidad que depende de su inserción en el mundo—va a permitir pequeñas diferencias en el uso de las palabras, posibles de notar solo en contraste con personas de su mismo grupo lingüístico que se encuentren suficientemente distanciadas espaciotemporalmente como para que el uso sea algo distinto. En definitiva, las personas entienden las palabras ligeramente distinto, las unas de las otras, pero esto no se hace patente en el día a día porque no nos vemos enfrentados a casos límite; la acumulación de estas minúsculas diferencias, sin embargo, es lo que permite el cambio de las lenguas. La estructura, entonces, se radicaliza mediante el mismo proceso que la cambia.
            La explicación exhaustiva no es opción en la realidad. Lo que ocurre en la práctica, en el uso cotidiano de la lengua, en los juegos en los que personas logran entenderse, no tiene que ser buscado en explicaciones y definiciones expresables en palabras claras: en el uso de la lengua resultamos estar familiarizados con expresiones por el hecho de estar sumergidos en contextos de uso de aquellas herramientas lingüísticas. Pero cómo es que ocurre este hecho en la práctica.



            Tim Ingold (2011) comenta la parábola de un ciempiés caminante que mientras vaya caminando sin detenerse a pensar en cómo camina, puede seguir caminando, pero en cuanto se detiene a decidir cómo caminar se ve pronto inmóvil, incapaz de dar el primer paso. Esto ilustra la idea de que no debemos pensar en una dualidad mente/cuerpo, con una mente interna que decide con anticipación el camino que tomará a la hora de enfrentarse con un mundo igualmente externo que su cuerpo, e incita a pensar en la persona como sumergida en un flujo ambiental, en el que el saber hacer remite a una totalidad que se ha desarrollado en y para habitar un mundo empírico. “El experto practicante es quien puede adecuar continuamente sus movimientos a las perturbaciones del ambiente, sin interrumpir su flujo de acción[1](2011, pág. 94). Pero la misma capacidad no viene pre-dada, sino que se va desarrollando. Nos vamos volviendo expertos a medida que habitamos nuestro ambiente siendo en todo momento también parte de él. Las cosas en las que nos fijamos, la manera en la que nos movemos, los sonidos que escuchamos, todo está inmerso en flujos de expresiones, cada corriente está afectada por las demás corrientes, y el todo al que podemos llamar estructura social, cultura, lenguaje o Historia, está a su vez siendo enactuado por quienes tienen en sus facultades la capacidad de internalizarlo y reinterpretarlo, para entregar algo, de nuevo, ligeramente distinto, un pulso que por sí solo no cambia la corriente, pero que en conjunto no solo puede cambiarla, sino que es la mismísima fuerza que la crea.
            Propongo de esta manera una nueva forma de entender explícitamente a Wittgenstein y su visión epistemológica, a través de la mirada a las ciencias sociales hijas de la Filosofía, que han concluido en una línea similar de pensamiento, a pesar de no reconocer en él al precursor de su forma de pensar. Expongo un pequeño punteo a modo de síntesis:

El lenguaje emerge de la interacción entre las formas de usar las palabras y los gestos.
Cada persona resulta entender el mundo según lo que las condiciones materiales le han posibilitado entender.
- Decimos que alguien entiende cuando es capaz de poner en práctica.
- Las prácticas serán ligeramente distintas en sus márgenes.
- Esto hace posible el cambio del lenguaje.
- La mutación es constante: en todo momento el lenguaje se va resignificando, aunque no sea notorio a simple vista.
- Cualquier regla dependerá de un determinado instante.
- No se pueden extraer reglas que violen el principio de mutación.


De todo esto me veo obligado a concluir una nota marginal, y es que no hay motivo para considerar al lenguaje como un fenómeno distinguible en su emergencia de cualquier otro fenómeno cultural, y tiendo a pensar que a esto se refería Wittgenstein cuando sugería que su filosofía no era sobre el lenguaje, sino que terminó pareciendo ser sobre el lenguaje simplemente porque ahí se encuentran gran parte de sus problemas.




[1] Mi traducción.



Textos consultados 


Ingold, T.                             (2011). Being Alive. Londres y Nueva York: Routledge.
Toren, C.                             (1999). Mind, Materiality and History. Londres y Nueva York: Routledge.
Wittgenstein, L.                               (1988). Investigaciones Filosóficas. Barcelona: Crítica.








Oscar Eduardo Gamboa. Secciones originales para "Wittgenstein" tanto como para "Cultura y Mente", cursos de la Pontificia Universidad Católica de Chile

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