Solo Existen la Venganza y el Olvido

Solo Existen la Venganza y el Olvido:


Lectura anarcoprimitivista al concepto de reparación.


La reparación es productora de silencio: se apacigua quien la recibe y acepta, parcial o totalmente, según cuánto conciba su deuda cubierta; se disuelve la culpa del culpable, en tanto se formaliza un hito de concordia, permitiéndole exculparse, olvidar y distanciarse de su responsabilidad diferenciando su identidad entre un antes y un después; se calma, también, la máquina productora de reparaciones, y la burocracia estatal agrega otra sección a su manual táctico de resoluciones rotundamente efectivas.

La reparación cierra la puerta de golpe y acaba la negociación, pero la reparación nada repara: la reparación es una entrega vacía cuyo único objetivo es reunificar partes en pugna eficiente y absolutamente, de modo que la unicidad del cuerpo legal formal nunca pierda legitimidad a través de la fragmentación. El ente regidor debe parecer siempre la fuente suprema de justicia y vigilar la emergencia de toda autonomía local que no le necesite como intermediario. La reparación permite el discurso singularizar el discurso plural; aglutinar la heteroglosia y promulgar un nosotrxs, ciudadanxs de este territorio, somos todxs tal o cual gentilicio. Así, el Estado continúa existiendo.

Que no se malentienda, bienvenido todo bono, toda beca, subsidio y compensación, pero que nunca sea suficiente. La deuda no acaba, la deuda no se salda, la reparación, subrayo, es eternamente vacía. El criminal de guerra y las mujeres que violó en manada jamás pertenecerán afectivamente al mismo grupo. Perú le debe el sustento y la voluntad en completo silencio, sin derecho a pretender reparaciones, sabiendo que fue su propio capricho de continuidad y monopolio del poder, sabiendo que fue él mismo, el Estado, quien violó, y quien merece cargar la vergüenza para siempre. "Para seguir siendo el Estado de Perú, violé en manada", debe recordar el Estado, y saber que su deuda es eterna e irreparable, y nunca le estará permitido tomar distancia, perdonar ni olvidar.

No puedo evitar recordar una breve interacción con Helene Risor, en su Antropología de la Violencia, hablando acerca de las bandas en El Salvador que asesinan a, comentaba ella, sus pares. "Se matan entre ellos", sentenciaba. Yo solo sonreí y esperé otro momento para mencionarle "¿acaso ellos no ven a las otras bandas como otros?". La profesora entendió el razonamiento casi de inmediato: cada vez que una disputa parece una masacre interna, parece que "se están, de hecho, matando entre ellos", es que el ojo delx antropólogx cayó en la trampa académica--similar a la del Estado--de acostumbrarse demasiado a pertenecer a un grupo, participar de una identidad que observa otras, y verlas primero como unificadxs. Ellos asesinan otros.

Cuando el Estado se pierde de vista las redes locales se desanudan y comienzan a fluir de acuerdo con los idiomas culturales que les sean inteligibles. Cada ente es una especie en sí mismx, pero también todo canal cultural moviliza según corrientes de profundidades temporales desde la ontogénica, la microhistórica, la material-inmediata y hasta la bioevolutiva. Si el estado (ahora ya con minúscula) se disuelve, si no lo veo, si no lo siento, si no nos afecta más allá de ciertas tareas municipales, entonces, nosotrxs, primates hormonalmente coartados por el encierro metropolitano, no tendremos problema en reformular nuestros vínculos y afectos en bandas ligadas por la presencia, la cooperación y el apoyo mutuo.

El estado obliga al olvido y la reconciliación bajo una bandera porque la memorialización nos une en afectos espontáneos, viscerales y descentralizados. ¿Qué puede ser peor para la continuidad del estado que un pueblo que decide cobrar venganza ante ese estado que decidió avasallar nuestros cuerpos con el único fin de mantener su autonomía?

Todavía podemos darnos la mano cuando pasen los milicos. Podemos seguir jugando mientras dure la normalidad.


[continúa]




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